Así es Moulay Hassan, príncipe heredero de Marruecos

Cada año, centenares de notables y jefes tribales participan en la Fiesta del Trono, una ceremonia de origen medieval en la que renuevan su baya o juramento de lealtad a la corona de Marruecos. Desde hace casi 400 años, un miembro de la dinastía alauí es el protagonista del acto. No en vano, esta es la más longeva de las dinastías que todavía gobiernan en el mundo bien entrado el siglo XXI. En la Corte Real, todo empieza ya a prepararse para que en un futuro no muy lejano el príncipe heredero, Moulay Hassan, hijo del rey Mohamed VI, se convierta en el 34 rey alauí de Marruecos. 

La monarquía marroquí es extremadamente opaca, y poco se sabe de la vida privada del príncipe heredero, o del resto de la familia real. Por eso, se suele escrutar minuciosamente cualquier detalle de la puesta en escena de la imagen y los actos del rey y del príncipe heredero. Desde hace tiempo, se rumorea que Mohamed VI padece una grave enfermedad, pero nunca se han confirmado los peores augurios. Ahora bien, al reaparecer en público la pasada primavera tras un largo receso vacacional entre París y Gabón, su aspecto parecía demacrado y era evidente que había perdido varios kilos. Lo único que se sabe del cierto de su estado de salud es que se sometió a dos cirugías cardíacas en Francia en 2018 y 2020. 

Así las cosas, el hecho de que Moulay Hassan haya llegado a la mayoría de edad -tiene ahora 20 años –, dejando atrás la tutela que ejercía sobre el Consejo de Regencia, ha disparado los rumores de que de que en Palacio se empieza a prepararlo ante la hipótesis de una precipitada sucesión. “Marruecos tiene un serio problema de gobernanza por tres razones: las largas ausencias del rey, su enfermedad, que no se sabe cuál es, y la influencia sobre el de los hermanos Azaitar, que son quienes le llevan la agenda”, explica Ignacio Cembrero, durante muchos años corresponsal del diario EL PAIS en Marruecos, y buen conocedor de los entresijos del sistema político del país.

Los hermanos Azaitar son unos boxeadores de origen marroquí pero crecidos en Alemania con antecedentes penales por diversos delitos, incluida la violencia de género. Una influyente publicación marroquí ha llegado a definirlos como “gangsters con Ferraris”. Aunque su amistad con el rey pueda parecer insólita y su compañía poco decorosa para un monarca, la verdad es que han constituido una especie de “familia paralela”, y es con ellos con quien Mohamed VI pasa incluso de vacaciones. Su influencia constituye un motivo de preocupación en las élites marroquíes, defensoras de la institución monárquica como una garantía de estabilidad.

De momento, el joven príncipe compatibiliza sus labores protocolarias -más bien esporádicas, por la dejación de responsabilidades de su padre- con sus estudios en la Facultad de Ciencias Económicas y Sociales de la Universidad Politécnica Mohamed VI, donde se ha especializado en Relaciones Internacionales. El rey se planteó enviarlo al extranjero para completar su formación, como hizo él mismo hace más de tres décadas, pero la pandemia trastocó sus planes. Según cuenta Cembrero, las personas que han tratado al príncipe lo describen como un “adolescente educado, frío, reservado -habla poco- y parapetado tras una coraza.

La Politécnica Mohamed VI es una universidad de élite bastante nueva, fundada en 2013 por la principal empresa pública marroquí, y cuenta con dos sedes, una en Rabat y otra en Benguerir, una localidad al sur del país. Allí se preparó un chalet ecológico para que Moulay Hassan residiera durante sus estudios, pero finalmente prefirió permanecer en la capital junto a su madre, Lalla Salma.

Precisamente, la estrecha relación con su madre, y sobre todo, la influencia que pueda tener sobre el futuro rey preocupa en algunos sectores de la corte, especialmente las hermanas del rey Mohamed VI. “Este es un obstáculo para una hipotética abdicación. Sus cuñadas temen que se convierta en la verdadera reina, y ejecute una venganza”, comenta Cembrero. El monarca se divorció de Lella Salma en 2018, y el proceso no estuvo exento de acritud.

Durante meses, los medios de comunicación controlados por los servicios de inteligencia se dedicaron a publicar artículos muy críticos con Lella Salma con el claro objetivo de dañar su reputación. Por ejemplo, Le Crapouillot Marocain publicó que ella era una mujer “desdeñosa y despectiva” con un carácter “colérico y agresivo” que insistía en enfrentarse a sus cuñadas pese a los “reiterados llamamientos al orde” de su marido. En otro medio y en otro momento, una crítica así habría significado el encarcelamiento del periodista que firmara la noticia.

Después de muchos rumores, el Palacio hizo un comunicado en el que anunciaba la ruptura de la pareja. Lella Salma estuvo durante años castigada a un completo ostracismo, lejos de cualquier actividad pública, ni tan siquiera las de tipo benéfico, habituales antes en su agenda. Incluso se llegó a rumorear si había sido enviada al extranjero. No fue así, y de hecho, continuó pasando la mayor parte del tiempo con sus hijos, de ahí, el afecto que siente por ella Moulay Hassan, a quien afectó el trato dispensado a su madre.

El halo de misterio que rodea a la familia real responde a una vieja estrategia para preservar su hiba, un concepto en árabe que se traduce por una áurea de carisma y prestigio. Se trata de dejar claro que no una distancia le separa de sus súbditos que le hace irremplazable. Y es que el rey de Marruecos es a la vez una autoridad política -goza de amplios poderes ejecutivos, y no solo simbólicos como en las monarquías parlamentarias europeas- y religiosa, pues ostenta el título de Amir el Muminin, o Comendador de los Creyentes, y preside actos como la reciente celebración musulmana de la Fiesta del Sacrificio, en la que las familias suelen degollar un cordero. La dinastía alauí presume de ser descendiente directo del profeta Mahoma, algo que disputan sus más acérrimos detractores, agrupados en torno al proscrito movimiento islamista Justicia y Caridad. 

Habida cuenta de la limitada exposición de la familia real a los medios, los marroquíes prestan mucha atención a los gestos, porte e indumentaria del príncipe heredero en busca de señales sobre cómo será su reinado. El pasado 17 de abril, durante el mes sagrado de Ramadán, un pequeño y simbólico incidente protagonizado por Moulay Hassan hizo correr ríos de tinta.

En un acto religioso retransmitido en directo por la televisión nacional, el país entero vio cómo el príncipe corrigió con un gesto firme pero respetuoso al ministro de Asuntos Islámicos. Ahmed Toufik, que se había saltado el protocolo ocupando su lugar. Toufiq se disponía a seguir a pocos pasos al rey Mohamed VI mientras éste cruzaba la sala principal de la mezquita Hassan II de Casablanca, un privilegio que correspondía al príncipe heredero. Al darse cuenta del error, Toufik, probablemente un lapsus, ya que es un hombre versado en la tradición y el protocolo, mostró su incomodidad.

El gesto de autoridad de Moulay Hassan hizo que en las redes y los medios de comunicación le atribuyeran un temperamento parecido al de su abuelo Hassan II. A menudo, estos comentarios destilaban admiración y nostalgia, quizás porque algunos marroquíes no ven con buenos ojos que su rey actual, Mohamed VI, delegue el gobierno del país en algunos de sus más cercanos consejeros, como el influyente Fuad Ali Himma, excompañero de clase en el Colegio Real de Rabat.

Entre aquellos obnubilados por la intervención del Moulay Hassan había muchos jóvenes de su generación, los “millennials”, que parecen ignorar las sombras del reinado de Hassan II, concentradas especialmente en los llamados “años de plomo”, en los que las torturas e incluso asesinatos de disidentes políticos eran habituales. De hecho, el país acogió con esperanza el ascenso al trono de Mohamed VI por su presunto talante aperturista, del que poco ya queda después de la creciente represión desplegada por el régimen durante los últimos años.

Artículo publicado en La Nación el 12-07-23

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